sábado, 13 de julio de 2024

Una postal de cien años

 Querida familia:

   Hace ahora cien años, cinco meses y cuatro días, concretamente el 9 de febrero de 1924, mi abuelo José Zarco Moreno, padre de Matilde Zarco, envió una tarjeta postal desde El Puerto de Santa María donde vivía, a un primo suyo, un tal Francisco García Parra, domiciliado en calle García Sarmiento, en Ubrique, ciudad de donde mi abuelo era natural. Se trataba sin duda de un primo político, pues no coincidía con él en ninguno de sus dos apellidos. El tal Francisco era una persona muy conocida en su pueblo, pues era una especie de cronista oficioso que había proporcionado material abundante para que su amigo, Fray Sebastián de Ubrique (religioso capuchino), escribiera su "Historia de la Villa de Ubrique", publicadas en 1945 (datos tomados de un blog sobre Ubrique).

  En el texto agradecía un "regalito" y se excusaba de la tardanza alegando que había querido esperar a que estuviera lista "la fotografía del niño". ¿Qué niño era ese? Pues su tercer hijo, Manuel, el hermano pequeño de mi madre que sin duda era el destinatario de tal regalito.


El texto dice así:

"Querido primo Francisco

Recibí tu carta y también el regalito para Manuel; lo cual te agradecemos muchísimo; no te he contestado antes esperando la fotografía del niño, pués [sic] aunque la boquita no está muy bien pero el conjunto está gracioso. Encarecidos recuerdos pª la familia y tu los recibes de todos de casa y muchos besitos de Manolito; y sabes te aprecia este tu primo José Zarco Moreno" [con rúbrica sencilla].

  Y en efecto, el tal Manuel es el motivo del anverso de la postal, una fotografía coloreada a mano de un niño de 3-4 años. Por entonces, era costumbre enviar a familiares y amigos fotos "tamaño postal" (que así se siguen llamando) con motivo de felicitaciones, agradecimientos, etc. Igual que ahora enviamos un wasap con la foto de un nieto, pero tardando bastante más.


  Firma la obra un tal Félix Pistoni, de quien nada he podido averiguar.

  Que ¿cómo hemos conseguido este precioso tesoro?

  Pues en una búsqueda en Internet mi hija Irene vio casualmente que en la web de Todocolección estaba a la venta una postal firmada por alguien de El Puerto que se llamaba como su bisabuelo: blanco y en botella.

  Así que tras la difusión del objeto en el grupo de "los Romero" mi sobrino Guillermo, que entre otras muchas virtudes es adalid de cuestiones históricas, promovió una "derrama" vía Bizum para la adquisición de esa prenda, que valoraba su poseedor en 70 €.

  Me puse enseguida en contacto con el vendedor, que resultó ser un vecino del barrio de Bami y aceptó una rebajita, cerrando el precio en 50 €. 

  Lunes 8 de julio, 10 de la mañana, plaza Rafael Salgado esquina Caja Rural. Un "romero" con sombrero de tela color garbanzo (señal convenida previamente) sale al encuentro de un señor de mediana edad que allí esperaba. 

  –El comprador de la postal, supongo– Dice el tratante de antigüedades.

  –El mismo –Le respondo. Y acto seguido, intercambiamos billete por postal y entablamos una breve charla. Me informa que dedica sus ratos libres a buscar en mercadillos de toda la provincia de Sevilla fotos y postales con texto y firma, pues, más allá del valor puramente pictórico, se interesa por la genealogía y sabe que esos datos son muy valiosos para los posibles familiares. 

  Agradecemos a Irene su feliz hallazgo y a los "apoquinantes" su rápida respuesta para que este entrañable recuerdo, ese Manolito Zarco que mira a la cámara con recelo, ese niño tan listo y goloso de quien nos hablaba mi padre y a quien tanto quisimos por su bondad, regrese por fin a la familia cien años más tarde. 

De parvis grandis acervus erit.

domingo, 2 de junio de 2024

1 1 2

 Querida familia:

    El título de esta entrada no se refiere al número internacional de emergencia: 

    ¡Es que ya somos ciento doce!

    Hace ya dos meses, el 2 de abril de este año, nació en San Fernando de Henares (Madrid) Anya Martínez González, hija de Carlos Martínez Romero y de Melania González Cabañas, biznieta n.º 58 de mis padres y primera nieta de Matilde y Luis.

    Y ha nacido siendo ya tía en tercer grado de los 6 tataranietos de la familia.

Anya con un día de vida
Y aquí vestida para la ocasión

    Y he aquí a la abuela Llille (qué raro me suena llamar así a mi hermana menor), radiante y orgullosa con Anya en sus brazos el 23 de mayo:

Esta es del 23 de mayo
    Y aquí la pequeña familia Martínez-González:
 

    Dicen que se parece mucho al padre cuando nació:    
Llille con Carlos en sus brazos
    Comentaba Llille en el wasap de Los Romero: "En estos días he recordado minuto a minuto los momentos cuando yo tuve a mi hijo Carlos y tanto a mi marido como a mí nos ha hecho revivir esos momentos llenos de emoción y ternura con un amor inmenso, pero con una paz y una serenidad que quizás en aquellos momentos no teníamos".
    Y Virginia contestaba: 
    "Verdad que bonito; mamá me explicó una vez que cada vez que cogía a un nieto nuevo le recordaba a sus hijos pequeñitos".
    El ciclo de la vida. Nosotros moriremos... El amor será eterno. Y de alguna manera seguiremos aquí.

Nihil novum sub sole



    

jueves, 31 de agosto de 2023

Oficial y Caballero

Querida familia:

    Termina ya el mes de agosto, que ha estado plagado de olas de calor y sazonado por una buena ristra de relatos: uno al día.

    Así que con este, que es el tercero de la serie "La Mili del Tío Carlos", me despido de momento y en adelante pondré lo que me enviéis o lo que vaya surgiendo en el devenir de la familia.

    El título de hoy, muy cinematográfico, es apropiado para describir la tercera fase de mi Servicio Militar en la IMEC: las prácticas como alférez (oficial) de Caballería.

    El sable que conseguí en Valladolid me sirvió para poder elegir destino para realizar las prácticas lo más cerca posible: en el Regimiento Ligero Acorazado Sagunto VII [1], que tenía su cuartel en la Avenida de Jerez (Sevilla), cerca de Bellavista [2].

    En julio de 1979 terminé la licenciatura de Biología en la Universidad de Sevilla y en octubre de ese mismo año firmé mi primer contrato como ayudante de clases prácticas. En julio de 1980 me incorporé al regimiento para realizar seis meses de prácticas como oficial, pero seguía haciendo la tesis doctoral en los ratos libres.

Oficial y caballero: 1980 en mi balcón del piso de Peñalara nº 7 (Sevilla).

    El destino era bueno, no solo por la cercanía, sino porque había muchos oficiales y poco trabajo, salvo en períodos de maniobra. A mí me destinaron al escuadrón de Plana Mayor, a las órdenes directas del teniente Medinilla ("tira milla, Medinilla", era su lema en campaña). Un oficial muy experimentado, de la llamada Escala Especial, con más mili que el palo de la bandera, un verdadero profesional. Era el oficial de Comunicaciones y enseñaba a los reclutas todo lo referente al manejo de la radio de campaña. Para controlar a los soldador les decía el primer día: 

    —Jefe contento, indio vivir bien. Jefe no contento, indio no vivir bien.

    Y los "indios" lo captaban a la primera.

Foto de grupo de los oficiales del Regimiento Sagunto VII (1980). De pie, el quinto por la izquierda es el entonces Teniente Medinilla. ¿Dónde está al alférez Romero?

    Cuando terminé con esa labor me asignaron la custodia de las cuadras y picadero. ¡Porque allí sí, allí había caballos de verdad, y no solo vehículos! Claro que la mayoría eran para las paradas y desfiles militares, con jinetes ataviados como lanceros, con uniforme de época. 

Escuadra de lanceros, batidores a caballo con uniforme de gala histórico. Entrenaban durante muchas horas a pie parado para acostumbrar a los caballos a estar quietos en presencia de los carros de combate y de la gente. Al fondo el edificio central del cuartel.

    Otros caballos eran de asignación personal para los oficiales que quisieran montar. Yo, ya puestos, le pedí permiso al coronel para montar a caballo. Solo había dos disponibles. Uno era un gigante negro zaíno llamado Zivikovsky o algo así, un pura sangre de carrera retirado, pero de muy mala leche. Imposible para aprender a montar un novato como yo. El otro era una yegua vieja y dócil que nadie quería por su aspecto poco aguerrido. Esa era mi ocasión. Así que me presenté en la cuadra y ordené que me prepararan los arreos de... Lo siento, no recuerdo su nombre.

    El subteniente a cargo del picadero tuvo la amabilidad de enseñarme lo básico para montar "a la inglesa", con la silla muy adelantada, estribos cortos y dando saltitos para acompañar el movimiento de la cabalgadura. Quedaba algo cómico y era muy incómodo, pues el jamelgo aquel se movía menos que yo, pero por fin logré mi sueño de montar a caballo siendo pobre como era. Ya era de verdad "oficial y caballero".

    No conseguí nunca ponerlo al galope: el animal no daba más que para un trote, más cochinero que equino. Y al entrar en el picadero el subteniente [3] tenia que ponerse en el equivalente a la posición de firme (sin desmontar) y gritar

    —¡Atención, el alférez!

    Se paraban todos los soldados y él me saludaba militarmente y me daba la novedad:

    —Sin novedad en el picadero, mi alférez.

    —Continuad —respondía yo aguantando la risa (la frasecita se las traía).

    Pero aquello era para mí un ceremonial ridículo. Así que dejé de montar pronto, pues no tenía permiso del coronel para salir del cuartel a caballo.

    La cuadra me daba poco trabajo. Solo tenía que procurar que los dos mozos de cuadra no se mataran entre sí. Uno era un canario alto, fuerte y con brazos como palas, palafrenero de dromedarios con los turistas en su tierra natal. El otro era un asturiano bajo, fornido, tan ancho como alto, arriero de mulas en la montaña. Cuando bebían (que era casi siempre) se peleaban a mamporros y tenía que llevarlos a la enfermería: uno con la mano medio rota, el otro con la cara deformada. Lo más curioso es que eran amigos inseparables. A la media hora estaban otra vez canturreando juntos canciones de sus respectivas tierras. Ambos eran analfabetos funcionales.

    Para no parecer un imeco indolente llevaba siempre una carpetilla llena de papeles inútiles, y cruzaba el patio siempre rápido y en línea recta, como si tuviera algo que hacer. En ocasiones frecuentaba la biblioteca del cuartel. Un lugar desierto con escaso interés literario. Me empapé un tratado de Grafología y en el bar de oficiales me ganaba las cañas interpretando la letra de los oficiales. A cada uno le decía lo que quería oír: que si el trazo firme denotaba un carácter fuerte, que si el travesaño de la T era signo de autoridad, y cosas parecidas.

    En las maniobras mi capitán reunía a los oficiales del escuadrón para hacer minas de un explosivo plástico. Se suponía que era para que practicaran los reclutas, pero él decía:

    —Sí, hombre, le voy a enseñar yo a estos a poner bombas, para que alguno sea de la ETA [4].

    Así que montábamos una buena carga, preparábamos la espoleta, la mecha y ¡buuuum! Un hoyo más en el monte.

    Lo más emocionante fue conducir un carro de combate. Un cabo primero que se licenciaba al día siguiente nos llevó al teniente Revuelta (recién salido de la academia general) y a mí a dar unas vueltas por el campo de maniobras.

Vista aérea de las instalaciones del cuartel Alfonso XIII. A la derecha de la Avda. de Jerez estaba el cuartel, más a la derecha el campo de maniobras. Foto: Google Maps.

    El teniente no tenía ni idea y, haciendo honor a su nombre, por poco nos tira al canal del Guadaíra. Yo, según el cabo, lo hice mucho mejor. Era una gozada subir y bajar aquellos monturrios y hacer derrapar el carro levantando una polvareda. El mando era simple: una palanca, pero el freno era bestial, había que pisarlo a fondo con los dos pies. Cada vez que veo una película de la II Guerra Mundial me acuerdo de aquella experiencia... Dices tú de mili...

Sapere aude

Notas:

[1] Unidad militar de larga historia. Por la reforma de Azaña de 25 de mayo de 1931, un regimiento de Córdoba fue amalgamado con el Regimiento Cazadores de Alfonso XII n.º 21, para constituir en Sevilla el Regimiento de Caballería n.º 8, que en 1935 recibió la denominación de Regimiento Cazadores de Taxdirt. La IG 165/142 de 10 de julio de 1965 lo transformó en el Regimiento de Caballería Ligero Acorazado Sagunto n.º 7, integrándose en la División Guzmán el Bueno n.º 2. Con la remodelación del Ejército llamada "Plan Norte" en el año 1995 (30 de junio) fue disuelto y su historial fue entregado para su custodia al RCLAC Lusitania N.º 8, de guarnición en Valencia.

[2] El cuartel tenía un nombre propio, anterior, diferente al del regimiento: Cuartel Alfonso XIII. Sus restos expoliados podían verse aún hasta hace poco tiempo en la Avenida de Jerez.

[3] Un subteniente es un suboficial y, por tanto, de rango inferior al alférez, aunque tuviera 20 años de experiencia.

[4] En los cuarteles había reclutas de toda España: gallegos, asturianos, vascos, catalanes... Y los oficiales desconfiaban de vascos y catalanes por considerarlos a todos separatistas, cuando no terroristas en potencia. Así que lo de disparar pistolas, lanzagranadas, cañones y preparar petardos lo tenían vedado.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Caballero español

 Querida familia:

    Aprovechando que Pedro se va de vacaciones unos días, sigo yo con historias de la mili, procurando resumir lo más interesante para no aburrir.

    El título de esta entrada es el primer verso del himno de la Caballería española:

    Caballero español,
    centauro legendario,
    jinete valeroso y temerario...

    Y es que a los estudiantes de Biología, Farmacia y Veterinaria que optábamos por la mili de alférez nos destinaban al arma de Caballería (por aquello de los caballos, supongo). A los que iban para sargento (con pruebas menos exigentes), los destinaban a la academia de Infantería.

    Así que, recién llegado de Cerro Muriano, tuve que hacer el petate de nuevo y coger un tren con destino a Valladolid, para realizar el período de formación específica de tres meses en la Academia del Arma de Caballería, pero no en la sede central, situada en la propia ciudad, sino en unas instalaciones complementarias situadas en unos pinares cercanos, el Acuartelamiento Teniente Galiana, situado a unos 10 km al sur de Valladolid, en la carretera a Puente Duero [1].

    Pasé en unos días del calor sofocante de Córdoba al frío de la meseta castellana, donde vi por primera vez la nieve. Verla, y dejarse mojar por la nieve, fue bonito, hacer instrucción en el pinar nevado no lo fue tanto.

    A poco de llegar me informaron que como había sido el nº 2 en la calificación final del Campamento de Cerro Muriano, me correspondía realizar el período de formación de la academia como "sargento galonista". Yo no sabía qué era aquello. Me lo explicaron: a efectos prácticos yo era el jefe directo de mis compañeros del 2º escuadrón [2].

    Pero en todas las actividades yo era uno más. Los galones de sargento me situaban en una posición bastante incómoda: tenía que dormir con mis compañeros en las mismas literas, estudiar en los mismos pupitres y formar en las mismas filas... Pero yo era responsable directo de su comportamiento cuando no había ningún oficial presente. Y tenía que mandar la formación y dar la novedad al teniente o al capitán.

    Aprendí que el sargento es el empleo más importante del ejército, pues él es quien conoce mejor a los soldados y el responsable directo de su instrucción y su conducta.

    ¿Cómo conseguir que te obedecieran cadetes iguales que tú sin estar a cada rato enviando a compañeros al oficial de día? Tuve que templar más gaitas que la banda municipal de Oviedo. Cualquier altercado podía significar mi expulsión de la Academia.

    Para resolver la papeleta, se me ocurrió una técnica propia de la policía secreta: tenía siempre una libretilla y un lápiz y, cuando ordenaba algo, al que se retrasaba lo apuntaba en la libretilla... O eso creía el infractor. Pero yo, callado, con calma y mirada torva.

El autor de cadete (cordón verde) en la Academia de Valladolid, el 21 de noviembre de 1978, con un carro de combate M-48A5E2 "Patton", los que lucharon en la Guerra de Vietnam y que fueron cedidos al Ejército español por los americanos. Aquí les pusimos motores diésel que eran más económicos.

    Teníamos muchas clases teóricas y prácticas: Topografía, Tiro, Táctica, Motores... ¡Uf! Motores... Impartía esta asignatura un capitán de voz monótona en un semisótano oscuro a la hora de la siesta, justo después de llegar reventados de la primera sesión de instrucción de la tarde. Una buena parte de nosotros era incapaz de mantenerse despierto con el rum rum del motor y las palabras cadenciosas del capitán. Menos mal que era un hombre comprensible y fingía no darse cuenta de las cabezadas que dábamos constantemente... Además de alguna que otra ronquetada que se nos escapaba. 

    Lo más aguerrido eran las maniobras tácticas en el pinar. Varios todoterrenos Willys en fila y a la señal del teniente nos íbamos arrojando al camino y tomábamos posiciones frente a un enemigo imaginario... Menos mal que aquello era un arenal y si te dabas un golpe, que era lo normal, no pasaba nada... A menos que perdieras el fusil (¡puro!).

Ejercicio de Caballería en El Pinar de Valladolid. Un soldado se arroja en marcha desde un jeep Willy de Viasa, para tomar posición defensiva cuerpo a tierra. Foto tomada en 1965: blog de la Asociación de Amigos de la Academia de Caballería (Valladolid, España).

    Pero lo peor venía después, cuando regresaban los vehículos (se supone que nosotros ya habíamos despachado al enemigo) y teníamos que subirnos a la carrera. Los conductores intentaban aminorar la marcha, pero los tenientes les golpeaban en el casco para que aceleraran. Si agarrabas la barandilla para subirte y te pillaba un acelerón, el dolor en el hombre era muy fuerte. Eso si no te caías de boca interrumpiendo la maniobra (mala calificación al canto).

    Yo aún tengo secuelas de esos ejercicios: calcificación bilateral del músculo supraespinoso del hombro. No puedo subir en peso nada por encima de la cabeza.

    Pero había que aguantar. Si ibas a la enfermería estabas marcado y podían expulsarte por flojo o blandengue.

    Y llegó diciembre con sus nevadas, sus maniobras y sus prácticas de tiro, con los dedos congelados y sabañones en las orejas. ¡Oh, dónde estaba aquel calorcito de Córdoba! Aprendí a disparar bien con el cetme, con el subfusil, con la pistola Astra (un desastre de puntería), lanzagranadas (sin cascos protectores te quedabas sordo un rato), con morteros de diferentes calibres y hasta con el cañón antitanque.

    ¿Y que hay de los caballos? Pensaréis vosotros a estas alturas de un relato de Caballería. Pues el único que vimos fue el brioso corcel, negro y entero, que montaba el comandante de la batería de morteros, que iba de un extremo a otro de la línea de fuego dando órdenes. Había una niebla londinense y no se veía dónde caían los pepinazos, pero se notaba temblar el suelo inquietantemente cerca. Disparábamos a ciegas, corrigiendo la inclinación del mortero según nos ordenaba el comandante hasta que, supuestamente, lográbamos los objetivos marcados. Con cada disparo del mortero de 80 mm te temblaban los cataplines... ¡Eso si no los tenías de corbata! Pues a veces algún tontaina apuntaba mal con los nervios... 

    No quiero imaginarme cómo sería eso si, además, te están disparando a ti en una guerra. 

    Y llegó el día de la entrega de despachos como alféreces de complemento. Y a mí, además, me entregaron un sable por ser el primero de la promoción. Mi trabajo me costó. Aún lo conservo.

Terrae potestas finitur ubi finitur armorum vis

Notas:

[1] Actualmente es la sede del Grupo de Caballería Acorazado Calatrava II del Regimiento Acorazado Castilla n.º 16.

[2] Las unidades básicas de Caballería se denominan escuadrones; equivalen a las compañías de Infantería o las baterías de Artillería. 

martes, 29 de agosto de 2023

Dices tú de mili...

Queridos familiares:

    Que conste que me he resistido casi hasta el final del mes, pero la última entrada de Pedro ha abierto el melón: la mili, ese tema recurrente de los "baby boomers" [1] y abuelos cebolleta.

    Así que allá voy con alguno de mis recuerdos castrenses, empezando por la primera fase: el campamento.

    Como muchos estudiantes universitarios, tuve necesidad de solicitar prórroga de incorporación a filas por motivos de estudio. Cuando estaba ya en 4º de Biología solicité el ingreso en la IMEC [2], las llamadas comúnmente Milicias Universitarias, que permitían cierta compatibilidad con los estudios universitarios.

    A los de mi promoción de Sevilla nos tocó hacer el período de instrucción básica (3 meses) en el CIR nº 5, Cerro Muriano (Córdoba), en el verano de 1978, de julio a septiembre, con la fresquita.

Puerta de entrada del CIR nº 5, Cerro Muriano (Córdoba).

    Los compañeros de clase nos despidieron desde el andén de la Estación de Córdoba (hoy centro comercial Plaza de Armas). Tengo por algún sitio una foto, ya la pondré cuando la encuentre.

    El primer día en el campamento fue algo surrealista. Nos pusieron en fila y nos iban dando todo el equipo: ropa interior, botas, uniformes... Luego nos dieron tiempo libre para ponernos el uniforme y dar un paseo para una toma de contacto con el campamento.

    Como no conocíamos a casi nadie deambulábamos por el campamento como almas en pena, arrastrando las botas, con una música de fondo de Pink Floyd que no pegaba para nada.

    Los "imecos", como nos llamaban los reclutas de reemplazo, estábamos repartidos en pequeños grupos entre las diferentes compañías. Nuestro horario y el programa de instrucción eran mucho más duros que los del resto de reclutas.

Alumnos de IMEC, 3ª Sección, 12ª Compañía, agosto de 1978. El segundo por la izquierda de la fila inferior es el autor de estas líneas.

    A las tres de la tarde, tras la comida, mientras los reclutas de reemplazo sesteaban, nosotros teníamos pista americana: un invento del demonio de los marines americanos. Cuando asomábamos la cabeza fuera de la compañía, nos caía el plomo derretido del verano cordobés y había que aguantar si queríamos superar la fase de formación básica. 

    Los más gorditos se quedaban atascados en el foso y tenían que soportar los insultos y risas de los veteranos, soldados reenganchados que servían de auxiliares y nos tenían verdadera inquina, porque nuestro destino era ser sargentos o alféreces, empleos que ellos difícilmente podrían alcanzar como cabos chusqueros. Luego había que quitarse el polvo, limpiar las botas y pasar revista.

    Había dos filas de letrinas apartadas de las compañías. Una fila siempre limpia... Pero cerrada, con centinelas en la puerta. La otra abierta y realmente asquerosa. 

    Cuando llegaba el coronel a pasar revista le enseñaban las letrina impolutas mientras simulaban estar limpiando las otras con mangueras. 

    Imaginaos cómo eran los apretones después de intentar digerir el rancho: carrera de 200 m hasta las letrinas e ir mirando por debajo de las puertas alguna que estuviera algo más limpia (si te daba tiempo). Con una mano te sujetabas los pantalones y con la otra la gorra, pues te la podía robar algún gracioso por encima de la puerta. Algunos se arriesgaban a esconderse entre las encinas próximas. Todo muy marcial, muy bizarro, muy español...

    El almuerzo, muy cuartelero: comí más macarrones con tomate que en toda mi vida anterior. Y con ganas, claro, pues el ejercicio intenso lo requería.

    Al final de la tarde, los que tenían dinero salían a las cantinas que había a la salida del campamento, a cenar un bocadillo, medio pollo o una tortilla de patatas —¡Oh manjares soñados!—. Los demás: sopa boba, caldo cuartelero que daba más hambre de la que quitaba. Los domingos, tortilla de polvos de huevina con tropezones de patatas (duras y mal peladas), servidas en grandes bandejas de horno, medio hechas por un lado y medio quemadas por el otro.

    A nosotros, los imecos, nos daban muchas clases teóricas y prácticas de varios temas relacionados con la estructura de mandos, el armamento, táctica militar, etc.

    Pero, además, teníamos que fregar perolas y pelar patatas, como todos.

    Y todos, en general, tuvimos algunas prácticas de tiro con fusil (CETME) [3], gimnasia en formación y desfile por un tubo, para preparar la jura de bandera. 

    Y al final del campamento, la famosa jura:

—¿Jurais...?

—¡Sí, juramos! —O sí, nos vamos, que decían algunos.

    Y luego, venía el período de formación específica, en una academia del Ejército. Pero esa es otra historia.

Si vis pacem, para bellum

Notas:

[1] Los baby boomers son la cohorte demográfica que sigue a la generación silenciosa y que precede a la generación X. La generación se define generalmente como las personas nacidas entre 1946 y 1964, durante la explosión de natalidad posterior a la Segunda Guerra Mundial. Fuente: Wikipedia.

[2] IMEC: Instrucción Militar para la Escala de Complemento. Modalidad que existía para cumplir el servicio militar obligatorio en dos o tres fases. La parte práctica (6 meses) se hacía con el empleo de sargento o de alférez, según cualificación de las pruebas de acceso.

[3] CETME: fusil de asalto del Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales. El nuestro era el modelo C-64, llamado coloquialmente el chopo, por tradición castrense. Calibre 7,62 mm. Cargador recto de 20 cartuchos. Diseñado en 1952 y aún en servicio en la Guardia Civil. En el Ejército fue sustituido en 1999 por el HK G36E del ejército alemán.

Fusil de asalto CETME, modelo C (1964). Foto: Wikipedia, de Ismael Olea - Trabajo propio, CC BY 4.0