jueves, 27 de julio de 2023

El caballo Ruano

Querida familia:

    Os presento en esta ocasión otra historia narrada por mi hermano Julio que se refiere a una de sus aventuras infantiles, y que tiene como protagonista a un caballo llamado Ruano, seguramente aunque Julio no lo indica por tener esa capa.

    Los caballos de capa ruana tienen pelos de diferentes colores, predominando los blancos, distribuidos de forma uniforme entre otros pardos, rojos, grises, bayos o negros. De esta forma, hay diferentes capas ruanas, según sea la combinación de estos colores.

    Abajo encontraréis el audio original. He aquí la transcripción del relato:

Julio y el caballo Ruano

    ¡Hola! Buenas noches.

    Soy el hermano mayor de la abuelita Virginia… Lo mejor que hay en este mundo, de abuela, de hija, de madre, de todo. Os voy a contar una pequeñita historia.

    Cuando yo tenía 9 o 10 años nos trasladamos a vivir desde el centro de Sevilla a un pueblecito. Un pueblecito muy pequeño. Se llamaba Valencina de la Concepción. Y yo, cuando vi que en la nueva casa donde vivíamos había burros, cochinos, caballos, toros… !Toros, sí, toros! Abrí los ojos y dije:

    —Esto es lo mejor que le puede pasar a un niño de 10 años.

    La señora Reyes, que era la dueña, tenía dos nietos que eran mellizos y tenían un caballo que era bastante serio; no le gustaban los niños. Cuando mis hermanos entraban en la cuadra, el caballo enseñaba los dientes, relinchaba, levantaba las manos queriendo golpear… Mis hermanos le tenían pánico a ese caballo.

    Yo, por las noches, cogía un trozo de pan duro, me metía en la cuadra, le daba el pan, lo acariciaba, le hablaba y lo acariciaba mucho, mucho, mucho. Llegó un momento en que yo me atreví a entrar dentro de la zona de él, por debajo de unos troncos que impedían que se saliera. Y cuando yo entraba en la cuadra, el caballo agachaba las orejas y me miraba con los ojos desorbitados. Y me di cuenta que el caballo me quería.

    Entonces un día le dije a los mellizos:

    —¿Por qué no me dejáis montar a caballo para cuidar toros?

    —Chiquillo —dijeron— tú no sabes este caballo lo que es. En cuanto vea que te subes, va a liarse a dar coces y vas a caer al suelo a la primera.

    Ellos ignoraban que yo me había subido al caballo muchas veces en la cuadra, sin ponerle ninguna rienda ni ninguna silla de montar; como los indios, a pelo. Yo insistí, insistí, pero nada.

    Un día, el señor que cuidaba de los toros, que tenía otro caballo propio, tuvo un resfriado enorme, tosiendo y moqueando, y no podía salir. Además era invierno. Y los mellizos me dijeron:

    —Julio, ¿tú te atreverías a salir con los novillos al campo? Nosotros llevamos el burro.

    —Yo me atrevo —les dije— pero yo no quiero un burro. Yo quiero el caballo. —Que se llamaba Ruano.

    Ellos se miraron unos a otros y dijeron:

    —¿Te atreves a sacarlo de la cuadra con esta jáquima atada y que lo veamos?

    —Me atrevo a sacarlo de su cuadra suelto —dije yo—, y veréis como él me sigue.

    Y así hice. Abrí la puerta de la cuadra, salí al patio y el caballo me siguió. Ellos me dijeron:

    —Ponle una rienda y un bocado de freno. Se lo vamos a poner nosotros, y una silla campera de montar.

    —No —respondí—. Yo necesito una jáquima —que es una cuerda alrededor del morro del caballo— y no necesito silla de montar. Yo lo monto a pelo.

    —¡Pero estás loco!

    —¡Dejadme!

    Y así hice. Me monté al caballo a pelo, con la jáquima, sin bocado de castigo, sin riendas, y le di con las piernas en la barriga, con los talones, y el caballo empezó a andar, tranquilo, relajado. Nos fuimos a la era. En la era había novillos que no eran bravos del todo, pero sí tenían su parte de peligro.

Caballo ruano castaño. De la Wikipedia.

    Yo a los novillas ya los conocía, porque muchas veces les había llevado alfalfa, les había llenado la pileta de agua, y a mí no me daban miedo. Así que cogí mi vara larga, me subí en el caballo y me puse en la era a pastar con los novillos tranquilamente, sin ningún problema. El caballo comenzó a comer hierba al lado mío y yo me encontré un tebeo arrugado y viejo allí, en la era, me senté en una piedra y empecé a leer el tebeo. Cosa que yo nunca había tenido. Pero era emocionante; era de Jaimito, un cómico muy agradable y muy risueño. Y estando yo distraído leyendo el tebeo, de buenas a primeras, veo que Ruano se viene a mí, dando cabezadas, relinchando y levantándose de manos, enseñando los dientes.

    —Ruano ¿qué te pasa? —dije yo.

    Y es que un novillo se arrancaba corriendo en dirección a donde yo estaba sentado y no me daba tiempo a correr ni a hacer nada. Pero el caballo se interpuso en medio, levantando las patas delanteras, relinchando y enseñando los dientes. Y el novillo dio media vuelta y se fue con el resto de los novillos. Yo me quedé asombrado, porque a mí nunca me había embestido ninguno de esos toros estando en el campo. Cuando recogí a los novillos y los metí en el cercado, cogí a Ruano, me fui a la cuadra y les dije a los hermanos mellizos lo que me había pasado. Qué pasaba que aquel novillo se vino hacia mí y el caballo se interpuso para que no me corneara. Entonces me dijeron los hermanos que la culpa la tenían ellos porque ese novillo no era del rebaño de ellos. Era un novillo de un amigo que les había pedido por favor que lo llevara a pastar.

    Bueno, entonces yo vi que el caballo me quería y lo que hice fue intentar ganarme a ese novillo que no era de nuestra ganadería. Y poquito a poco, llevándole zanahoria, y hablándole, hablándole, y acariciándolo, acariciándolo,  se volvió como el resto de los novillos; jamás, jamás vino a mí para atacarme. Pero mi caballo Ruano, eso fue una maravilla. Fue, la verdad, la felicidad de mi infancia. Algo que jamás, jamás olvidaré.

    El día que nos fuimos otra vez a vivir a Sevilla yo lloré mucho. Pero mi caballo lloró también, porque me costó mucho despedirme de él. De hecho, cuando unos años después fui a visitar a la señora Reyes ya muy anciana, le dije que dónde estaba Ruano.

    —Ruano está ahora mismo en el prado —me dijo—, ya sin carga de trabajo. Está libre, suelto, pero ya no lo cargamos ni le hacemos cuidar a los novillos. Está tranquilo y está pasando una vejez suave, una vejez muy bonita. Si quieres acércate, que está en el prado.

    Yo ya era… Había cumplido 18 años; estaba en el ejército.

    —Me voy a acercar. —Pensaba— Pero no creo que me reconozca.

    Me acerqué a la verja y dije:

    —¡Ruano, Ruano!

    Levantó las orejas, me miró, empezó a escarbar con las patas, empezó a escarbar en la tierra y se vino hacia mí con las orejas gachas y dando cabezadas. ¡No me había olvidado! Sabía que Julio lo seguía queriendo.

    Ya no volví a verlo más, pero me llevé en el corazón una alegría inmensa, de ver a ese animal, que después de tantas horas y días de trabajo duro, estaba tranquilo en un prado para ser feliz.

    Muchos besitos. Quered mucho a la abuela y hasta otro día, queridos niños.

Enlace al audio original

Oculus domini saginat equum

2 comentarios:

Tío Carlos dijo...

Yo nací en abril del 54 en el centro de Sevilla (c/ Jesús del Gran Poder), que es donde vivíamos antes de mudarnos a Valencina de la Concepción. Como Julio nació en septiembre del 43, tenía 11 años cuando aún estábamos en Sevilla. Yo cumplí los dos años en Valencina, por tanto estuvimos allí al menos hasta la primavera del 56. Fue al final del 56 cuando se terminó la construcción del la Barriada de San Gonzalo, conocida popularmente como El Tardón.
Por cierto que la iglesia de San Gonzalo y el barrio se dedicaron al santo de un "famoso" Gonzalo de Sevilla: G. Queipo de Llano (si se enteran los de la memoria Histórica le cambiarán el nombre). El Tardón se llamó así porque antes había allí una "Plaza del Tardón" por una casa convento del mismo nombre de los monjes Basilios, cuyo cenobio cerca de Las Navas de la Concepción se llamó también así...
A lo que iba: la estancia de la familia en Valencina fue entre 1954 (no sé cuándo exactamente) y una fecha que desconozco entre 1956 (construcción de El Tardón) y abril de 1958 (nacimiento de mi hermana Lola).
Por cierto (otro inciso) como era buena de nacimiento lloró poco al nacer y yo, que dormía aún en la cuna al lado de la cama donde ella nació, ni me enteré. Cuando me desperté me la enseñaron: "Carlitos, tienes una hermanita! Era preciosa.

Anónimo dijo...

Fantástico muchísimas gracias querido hermano