lunes, 31 de julio de 2023

Mi primera postal

 Queridos lectores:

    En los relatos de mi hermano Julio que preceden a este, ha salido a colación la estancia de nuestra familia en Valencina de la Concepción, en el El Aljarafe sevillano, durante los años 50 del pasado siglo.

    En mi comentario a la historia del caballo Ruano hago una discusión sobre las fechas concretas de nuestro particular "exilio" fuera de Sevilla. Hoy, repasando algunos documentos de mi carpeta "Familia Romero Zarco" he visto una reproducción de la primera postal dirigida a mi nombre de la que tengo constancia y que arrojan algún dato de interés.

Anverso de mi primera postal: vista de Vélez Málaga (Málaga), años 50.

    Por su interés para la pequeña historia de esta gran familia, reproduzco a continuación el contenido del reverso:

    "Málaga, 3-X-54

    Querido Carlitos:

Hoy he estado en Vélez-Málaga y he vendido dos aparatos [1]. Mañana domingo 3 D. m. [2] iré a Loja si puedo y el 5 a Antequera. Estoy aligerando a ver si te veo pronto. Depende de las combinaciones que tenga. He justificado ya [3]. 

    Besos a tus hermanitos y mamá con un abrazo y mil besos de tu papá.

Manolo

P.D. Que os convide mamá a mi cuenta."

Reverso de la postal

    Hay que destacar que en el destinatario aparece nuestra dirección en c/ José Solís nº 9 de Valencina, lo que confirma que ya estábamos allí en octubre de 1954 y que posiblemente nos mudamos en verano, cuando yo tenía entre 2 y 4 meses de edad y Julio iba a cumplir los 11 años en septiembre.

Notas explicativas:

[1] Se refiere a dos aparatos de radio, pues en esa época mi padre complementaba su menguada paga de militar en la reserva con las comisiones que obtenía vendiendo aparatos de radio de pueblo en pueblo, trasladándose en autobús y cargando con varios aparatos que eran realmente "aparatosos", además de su equipaje.

[2] "D. m." es abreviatura de "Dios mediante". Mi padre no solía pisar la iglesia, pero tenía un sentimiento religioso sincero y profundo, y siempre usaba esa frase cuando se refería al futuro.

[3] "He justificado ya". Quiere decir que ya había amortizado el coste del viaje con los dos aparatos que había vendido y había obtenido una mínima ganancia que lo justificaba.

Docendo discimus

jueves, 27 de julio de 2023

El caballo Ruano

Querida familia:

    Os presento en esta ocasión otra historia narrada por mi hermano Julio que se refiere a una de sus aventuras infantiles, y que tiene como protagonista a un caballo llamado Ruano, seguramente aunque Julio no lo indica por tener esa capa.

    Los caballos de capa ruana tienen pelos de diferentes colores, predominando los blancos, distribuidos de forma uniforme entre otros pardos, rojos, grises, bayos o negros. De esta forma, hay diferentes capas ruanas, según sea la combinación de estos colores.

    Abajo encontraréis el audio original. He aquí la transcripción del relato:

Julio y el caballo Ruano

    ¡Hola! Buenas noches.

    Soy el hermano mayor de la abuelita Virginia… Lo mejor que hay en este mundo, de abuela, de hija, de madre, de todo. Os voy a contar una pequeñita historia.

    Cuando yo tenía 9 o 10 años nos trasladamos a vivir desde el centro de Sevilla a un pueblecito. Un pueblecito muy pequeño. Se llamaba Valencina de la Concepción. Y yo, cuando vi que en la nueva casa donde vivíamos había burros, cochinos, caballos, toros… !Toros, sí, toros! Abrí los ojos y dije:

    —Esto es lo mejor que le puede pasar a un niño de 10 años.

    La señora Reyes, que era la dueña, tenía dos nietos que eran mellizos y tenían un caballo que era bastante serio; no le gustaban los niños. Cuando mis hermanos entraban en la cuadra, el caballo enseñaba los dientes, relinchaba, levantaba las manos queriendo golpear… Mis hermanos le tenían pánico a ese caballo.

    Yo, por las noches, cogía un trozo de pan duro, me metía en la cuadra, le daba el pan, lo acariciaba, le hablaba y lo acariciaba mucho, mucho, mucho. Llegó un momento en que yo me atreví a entrar dentro de la zona de él, por debajo de unos troncos que impedían que se saliera. Y cuando yo entraba en la cuadra, el caballo agachaba las orejas y me miraba con los ojos desorbitados. Y me di cuenta que el caballo me quería.

    Entonces un día le dije a los mellizos:

    —¿Por qué no me dejáis montar a caballo para cuidar toros?

    —Chiquillo —dijeron— tú no sabes este caballo lo que es. En cuanto vea que te subes, va a liarse a dar coces y vas a caer al suelo a la primera.

    Ellos ignoraban que yo me había subido al caballo muchas veces en la cuadra, sin ponerle ninguna rienda ni ninguna silla de montar; como los indios, a pelo. Yo insistí, insistí, pero nada.

    Un día, el señor que cuidaba de los toros, que tenía otro caballo propio, tuvo un resfriado enorme, tosiendo y moqueando, y no podía salir. Además era invierno. Y los mellizos me dijeron:

    —Julio, ¿tú te atreverías a salir con los novillos al campo? Nosotros llevamos el burro.

    —Yo me atrevo —les dije— pero yo no quiero un burro. Yo quiero el caballo. —Que se llamaba Ruano.

    Ellos se miraron unos a otros y dijeron:

    —¿Te atreves a sacarlo de la cuadra con esta jáquima atada y que lo veamos?

    —Me atrevo a sacarlo de su cuadra suelto —dije yo—, y veréis como él me sigue.

    Y así hice. Abrí la puerta de la cuadra, salí al patio y el caballo me siguió. Ellos me dijeron:

    —Ponle una rienda y un bocado de freno. Se lo vamos a poner nosotros, y una silla campera de montar.

    —No —respondí—. Yo necesito una jáquima —que es una cuerda alrededor del morro del caballo— y no necesito silla de montar. Yo lo monto a pelo.

    —¡Pero estás loco!

    —¡Dejadme!

    Y así hice. Me monté al caballo a pelo, con la jáquima, sin bocado de castigo, sin riendas, y le di con las piernas en la barriga, con los talones, y el caballo empezó a andar, tranquilo, relajado. Nos fuimos a la era. En la era había novillos que no eran bravos del todo, pero sí tenían su parte de peligro.

Caballo ruano castaño. De la Wikipedia.

    Yo a los novillas ya los conocía, porque muchas veces les había llevado alfalfa, les había llenado la pileta de agua, y a mí no me daban miedo. Así que cogí mi vara larga, me subí en el caballo y me puse en la era a pastar con los novillos tranquilamente, sin ningún problema. El caballo comenzó a comer hierba al lado mío y yo me encontré un tebeo arrugado y viejo allí, en la era, me senté en una piedra y empecé a leer el tebeo. Cosa que yo nunca había tenido. Pero era emocionante; era de Jaimito, un cómico muy agradable y muy risueño. Y estando yo distraído leyendo el tebeo, de buenas a primeras, veo que Ruano se viene a mí, dando cabezadas, relinchando y levantándose de manos, enseñando los dientes.

    —Ruano ¿qué te pasa? —dije yo.

    Y es que un novillo se arrancaba corriendo en dirección a donde yo estaba sentado y no me daba tiempo a correr ni a hacer nada. Pero el caballo se interpuso en medio, levantando las patas delanteras, relinchando y enseñando los dientes. Y el novillo dio media vuelta y se fue con el resto de los novillos. Yo me quedé asombrado, porque a mí nunca me había embestido ninguno de esos toros estando en el campo. Cuando recogí a los novillos y los metí en el cercado, cogí a Ruano, me fui a la cuadra y les dije a los hermanos mellizos lo que me había pasado. Qué pasaba que aquel novillo se vino hacia mí y el caballo se interpuso para que no me corneara. Entonces me dijeron los hermanos que la culpa la tenían ellos porque ese novillo no era del rebaño de ellos. Era un novillo de un amigo que les había pedido por favor que lo llevara a pastar.

    Bueno, entonces yo vi que el caballo me quería y lo que hice fue intentar ganarme a ese novillo que no era de nuestra ganadería. Y poquito a poco, llevándole zanahoria, y hablándole, hablándole, y acariciándolo, acariciándolo,  se volvió como el resto de los novillos; jamás, jamás vino a mí para atacarme. Pero mi caballo Ruano, eso fue una maravilla. Fue, la verdad, la felicidad de mi infancia. Algo que jamás, jamás olvidaré.

    El día que nos fuimos otra vez a vivir a Sevilla yo lloré mucho. Pero mi caballo lloró también, porque me costó mucho despedirme de él. De hecho, cuando unos años después fui a visitar a la señora Reyes ya muy anciana, le dije que dónde estaba Ruano.

    —Ruano está ahora mismo en el prado —me dijo—, ya sin carga de trabajo. Está libre, suelto, pero ya no lo cargamos ni le hacemos cuidar a los novillos. Está tranquilo y está pasando una vejez suave, una vejez muy bonita. Si quieres acércate, que está en el prado.

    Yo ya era… Había cumplido 18 años; estaba en el ejército.

    —Me voy a acercar. —Pensaba— Pero no creo que me reconozca.

    Me acerqué a la verja y dije:

    —¡Ruano, Ruano!

    Levantó las orejas, me miró, empezó a escarbar con las patas, empezó a escarbar en la tierra y se vino hacia mí con las orejas gachas y dando cabezadas. ¡No me había olvidado! Sabía que Julio lo seguía queriendo.

    Ya no volví a verlo más, pero me llevé en el corazón una alegría inmensa, de ver a ese animal, que después de tantas horas y días de trabajo duro, estaba tranquilo en un prado para ser feliz.

    Muchos besitos. Quered mucho a la abuela y hasta otro día, queridos niños.

Enlace al audio original

Oculus domini saginat equum

lunes, 24 de julio de 2023

La gacela de Julio: la precuela

Queridos familiares:

    Aquellos de vosotros que hayan leído con atención el relato de la gacela de Julio, habrán reparado en la frase: "Es la cabecita del cuento que os conté de la gacela".
    ¿Qué cuento? Pues este: 

La gacela del Sáhara

    Os voy a contar una historia que quizás sea un poco triste, pero así es la vida. Y como así ocurrió, así os lo voy a contar. 

    Hace ya muchos años, cuando yo estaba en el Sáhara, en unas maniobras que hizo la Legión con fuego real, una de las veces que disparamos las ametralladoras, se cruzó un rebaño de gacelitas. Gacelas, sí, allí hay muchas gacelas en el desierto. Y, desgraciadamente, una de ellas recibió un disparo en el homóplato izquierdo. Calló rodando y todos los legionarios corrieron diciendo: 

    —Pues ya tenemos carne para cenar esta noche. —Porque pasábamos mucha hambre, la verdad.

    —De eso nada —dije yo—. Coged la gacela, metedla en mi Land Rover y yo la voy a llevar a la Sala Avanzada de Sanidad de El Aaiún para intentar curarla y salvarla. 

    —Pero mi primero si este animal no tiene salvación. 

    —Bueno, yo lo voy a intentar. 

    Entonces, mi ordenanza y yo cogimos la gacelita, la metimos en mi Land Rover y la llevamos a la Sala Avanzada de Sanidad. Allí, cuando los médicos me vieron llegar, dijeron: 

    —Pero hombre, no entiendes que necesitamos los quirófanos y los materiales para otras cosas, no para una gacela. 

    —Por favor, mi capitán —dije yo—, vamos a intentar salvarla. Vamos a intentarlo por lo menos. 

    —Bueno hombre, bueno, venga. Llévala a la camilla.
 
    Y allí la pusieron. La operaron, le sacaron la bala, le curaron las heridas, la vendaron y la gacela fue sobreviviendo. 

    Unos días, otros días. Le llevábamos leche, hierbita, le hablábamos, la acariciábamos… Pero, con el tiempo, la gacelita empezó a ponerse triste porque podía andar con tres patitas, pero con la patita delantera izquierda no podía. Entonces, ellas estaban acostumbradas a correr por todo el desierto, a saltar, a ir en manada, a estar con los suyos. Y le notábamos que, poco a poco, se iba apagando; se iba apagando de tristeza, hasta que una noche nos encontramos que se había muerto.

 
Julio, de uniforme, con la gacela del Sáhara.

    Nosotros sufrimos. Sufrimos mucho. Y entonces, decidimos qué hacer con la gacela, cuando hay aquí un poblado de saharauis que estaban pasando mucha hambre. Y niños y mujeres que no comían carne y que, la verdad, estaban muy delgados. Y era una pena que se desperdiciara ese animal enterrándolo en la arena sin darle otra salida que beneficiara a esos niños saharauis y a esas personas que pasaban tanta hambre. 

    Decidimos repartirla en el poblado e hicieron una fiesta de alegría y de agradecimiento. Así pues, bueno, me volví con mucha pena. Pero yo le había dicho a un taxidermista que, por favor, la cabeza la conservaran. Y me hizo una obra de arte. Preciosa, quedó la cabecita de esa gacela, preciosa. 

    Entonces (por cierto os voy a enviar una foto de ella) se la regalé a los médicos que la habían intentado curar y la pusieron en la entrada del despacho de los médicos. Y allí estuvo mucho tiempo, con una placa que ponía: “La gacela del cabo primero Romero Zarco”. 

    Estuvo mucho tiempo allí, según me contaban compañeros míos que volvieron mucho después que yo.
 
    Es una historia un poquito triste. Pero el destino es el que manda y, la verdad, es que una gacela acostumbrada a la libertad, si no podía ir con los suyos, es lógico que, de pena, acabara. Dormidita, pero acabara. 

    Un beso y buenas noches.


    Gracias a Virginia por enviarme el audio y la foto. 

Medicus curat, Natura sanat

domingo, 23 de julio de 2023

Historia de una gacela

    Es posible que los miembros más jóvenes de nuestra familia desconozcan nuestra relación con el antiguo Sáhara Occidental. Sí sabréis por los medios de comunicación, que se trata del único "territorio no autónomo" que queda actualmente en el Mundo pendiente de descolonización.
    Pues bien, dos miembros de nuestra familia, mis hermanos Julio y Pepe, sirvieron parte de su vida militar en dicho territorio, afrontando situaciones de tensión bélica o de verdadera guerra no declarada. Pero las "batallitas" de estos curtidos militares no los voy a contar hoy, entre otras cosas porque yo era pequeño entonces y poco o nada sé de esos lances castrenses. Espero de ellos que nos ilustren algún día al respecto.
    Hoy prefiero transcribir aquí un emotivo relato de Julio, contado por wasap a mi hermana Virginia. Estas son sus palabras, grabadas el 16 de marzo de 2023:

Historia de una gacela


¡Hola! Queridos nietos, queridísimos niños:


Os voy a contar una cosa que me ha ocurrido ayer.

Recibo una caja, un paquete, grande, a nombre de Julio Romero Zarco. Miro el remite y viene desde El Aaiún, desde el Sáhara. Bueno ¿qué será? ¿Qué será, Dios mío? Veo el nombre del remitente y no me acordaba de quién era. Pero abro la caja y veo un sobre dentro que pone:


“Querido amigo y compañero:

Hace muchos años que estuvimos juntos en el Sáhara. Yo fui médico del Hospital Civil de El Aaiún y cuando España lo entregó a Marruecos yo me quedé como director de ese hospital. Me casé con una marroquí y seguí viviendo aquí, en El Aaiún durante muchos años.

Pero ahora, ya que me he retirado, me he enterado que el hospital lo van a tirar para hacer un hospital nuevo más moderno. Entonces me acordé que tú nos regalaste la cabecita de una gacela, y pone aquí, en la placa ’Donado por Julio Romero Zarco’.

Yo he cogido este trofeo, lo he metido en una caja y te lo voy a enviar porque fue un gran recuerdo tuyo y de todos nosotros. Cuídalo y tú verás qué es lo que haces con él”.


Yo, todo nervioso, desembalo la caja y veo un bulto muy bien liado, con un papel de burbujas. Lo voy desembalando y… ¡Sorpresa, Dios mío! Es la cabecita del cuento que os conté de la gacela. Pero bueno ¡está perfecta! Así que me he hecho una foto con ella y he donado este trofeo al Museo de Ciencias Naturales de Madrid, donde hay muchos, muchos animales; donde van los niños de los colegios para ver cómo son los leones, cómo son los tigres, cómo son los ciervos y cómo es una gacela del Sáhara. Y allí la he entregado para que la cuelguen y se la enseñen a los escolares.


Me ha dado muchísima alegría volver a verla. Y ahora os mando una foto y vais a ver qué preciosidad es.

¡Un besito!

Julio con la cabeza disecada de una gacela dorca

Nota de Tío Carlos.-La gacela dorca, cuyo nombre científico es Gazella dorcas (Linneo, 1758), es una especie perfectamente adaptada al desierto que antaño era muy abundante por todo el norte de África. Durante el siglo XX sus poblaciones han sufrido una drástica reducción hasta desaparecer en muchos países, por lo que ha sido catalogada como especie vulnerable (VU) por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Según el Convenio CITES, actualmente no se puede tener una pieza como esa sin la preceptiva licencia oficial, por lo que la acción del tío Julio ha sido muy acertada.

    Gracias a mi hermana Virginia por enviarme el audio original y la foto.

Enlace al audio original


Continuará...

Omnia mutantur, nihil interit




sábado, 22 de julio de 2023

Pandemia, nueva normalidad y aquí estamos otra vez

 Querida familia:

    Han pasado tres años y medio desde la última entrada del blog.

    Ha sido un tiempo turbulento y difícil. Una pandemia nunca antes sufrida, un volcán en La Palma, una guerra terrible en Europa.

    Espero que no os haya dejado secuelas, más allá de algún amigo o familiar que quedó en el camino. Por mi parte, ha sido un período de intenso trabajo en condiciones difíciles, dando fin a un proyecto de investigación con 40 años de historia. Pero un efecto que no puedo negar ha sido el olvidarme un poco de este blog, aunque no de lo que representa para mí: un medio de comunicación alternativo a los más efímeros e inmediatos, como el WhatsApp (mejor decir wasap, adaptación válida al español), etc.

    ¿Quien puede destacar y divulgar ahora mismo una noticia de wasap de hace más de un mes? La mayoría de los hechos, fotos, audios y comentarios acaban borrados "como lágrimas en la lluvia" para aliviar las endebles memorias de nuestros dispositivos móviles.

    Tal vez le ocurra lo mismo a lo que ahora escribo, pero al menos tendrá un acceso más estable y durante más tiempo. Por eso os animo a que me enviéis noticias de la familia, aunque sean triviales, pues siempre tienen algún mensaje y nos permiten establecer lazos entre ramas familiares alejadas.

    Durante este tiempo, ha habido un alta en la familia (al menos que yo sepa): el nacimiento el 15 de marzo de 2022 de Alejandro Cuadrado González, hijo de María González Romero y de Alejandro Cuadrado Ruiz, segundo biznieto de Pepe y Manoli, tataranieto número 6 de mis padres y miembro número 111 de sus descendientes. ¡Salud y amor para criarlo!

    Pero también ha habido que lamentar dos bajas, dejando un saldo negativo. El 5 de mayo de 2023 falleció Rafaela Pizarro Durán en Hoyo de Manzanares (Madrid), quien el día 25 de este mes hubiera cumplido los 79 años de edad, y el 20 de julio nos dejó Javier Muela Gálvez del Postigo, esposo que fue de mi hermana Lola, que hubiera cumplido los 67 en agosto. ¡Consuelo y cariño para los que quedan viudos y huérfanos!

Julio, Rafa, Virginia y Llille en Madrid este mismo año

Javier y Lola en 2007

    Próximamente reanudaré mi actividad de "bloguero familiar" dando difusión a historias contadas por mis hermanos a través de audios que Virginia les pidió para que sus nietos conocieran esos recuerdos.

Requiescant in pace

Un abrazo de Tío Carlos