Aquellos de vosotros que hayan leído con atención el relato de la gacela de Julio, habrán reparado en la frase: "Es la cabecita del cuento que os conté de la gacela".
¿Qué cuento? Pues este:
La gacela del Sáhara
Os voy a contar una historia que quizás sea un poco triste, pero así es la vida. Y como así ocurrió, así os lo voy a contar.
Hace ya muchos años, cuando yo estaba en el Sáhara, en unas maniobras que hizo la Legión con fuego real, una de las veces que disparamos las ametralladoras, se cruzó un rebaño de gacelitas. Gacelas, sí, allí hay muchas gacelas en el desierto. Y, desgraciadamente, una de ellas recibió un disparo en el homóplato izquierdo. Calló rodando y todos los legionarios corrieron diciendo:
—Pues ya tenemos carne para cenar esta noche. —Porque pasábamos mucha hambre, la verdad.
—De eso nada —dije yo—. Coged la gacela, metedla en mi Land Rover y yo la voy a llevar a la Sala Avanzada de Sanidad de El Aaiún para intentar curarla y salvarla.
—Pero mi primero si este animal no tiene salvación.
—Bueno, yo lo voy a intentar.
Entonces, mi ordenanza y yo cogimos la gacelita, la metimos en mi Land Rover y la llevamos a la Sala Avanzada de Sanidad.
Allí, cuando los médicos me vieron llegar, dijeron:
—Pero hombre, no entiendes que necesitamos los quirófanos y los materiales para otras cosas, no para una gacela.
—Por favor, mi capitán —dije yo—, vamos a intentar salvarla. Vamos a intentarlo por lo menos.
—Bueno hombre, bueno, venga. Llévala a la camilla.
Y allí la pusieron. La operaron, le sacaron la bala, le curaron las heridas, la vendaron y la gacela fue sobreviviendo.
Unos días, otros días. Le llevábamos leche, hierbita, le hablábamos, la acariciábamos… Pero, con el tiempo, la gacelita empezó a ponerse triste porque podía andar con tres patitas, pero con la patita delantera izquierda no podía. Entonces, ellas estaban acostumbradas a correr por todo el desierto, a saltar, a ir en manada, a estar con los suyos. Y le notábamos que, poco a poco, se iba apagando; se iba apagando de tristeza, hasta que una noche nos encontramos que se había muerto.
Julio, de uniforme, con la gacela del Sáhara.
Decidimos repartirla en el poblado e hicieron una fiesta de alegría y de agradecimiento.
Así pues, bueno, me volví con mucha pena. Pero yo le había dicho a un taxidermista que, por favor, la cabeza la conservaran. Y me hizo una obra de arte. Preciosa, quedó la cabecita de esa gacela, preciosa.
Entonces (por cierto os voy a enviar una foto de ella) se la regalé a los médicos que la habían intentado curar y la pusieron en la entrada del despacho de los médicos. Y allí estuvo mucho tiempo, con una placa que ponía: “La gacela del cabo primero Romero Zarco”.
Estuvo mucho tiempo allí, según me contaban compañeros míos que volvieron mucho después que yo.
Es una historia un poquito triste. Pero el destino es el que manda y, la verdad, es que una gacela acostumbrada a la libertad, si no podía ir con los suyos, es lógico que, de pena, acabara. Dormidita, pero acabara.
Un beso y buenas noches.
Gracias a Virginia por enviarme el audio y la foto.
Medicus curat, Natura sanat
1 comentario:
Me encantó la historia y además he aprovechado para darle una vuelta al blog y actualizarme. Gracias Carlos por hacernos llegar todos estos "tesoros". Besos a todos del primo, sobrino, hermano,...., jose
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