martes, 22 de agosto de 2023

El látigo de Francisco

Relato enviado por mi hermano Pedro vía wasap, en formato de texto.

    Sería sobre 1958 aproximadamente, con 13 años y viviendo en El Tardón, cuando tuve una aventura que os voy a narrar:

    Todavía no había comenzado mis estudios, y por tanto tenía todo el tiempo libre para irme de campo, de cacería, a buscar chatarra para vender y a jugar con mi pandilla de amigos: Juan Álvarez, Ramón Jiménez, Andrés Linares, Carlos Hidalgo y algunos más.


    Como empezaban a gustarnos las niñas, un buen día mis compis me invitaron a ir a buscarlas al colegio de San Jacinto (creo que El Protectorado, que era de monjas) [1].


Fachada del colegio El Protectorado de la Infancia, en calle San Jacinto 70-72, Sevilla. Foto Google Maps (2023).

    Juan, mi vecino del cuarto, iba por la calle tronando un gran látigo.


    Al salir las niñas estaban atemorizada, más por los estallidos del látigo que por nuestra presencia. Y lógicamente echaron a correr.


    A mi, personalmente, no me gustó la experiencia, y les eché un rapapolvo a mis mis compis. Por lo visto, lo habían echo en días anteriores también.


    Cuando les pregunté el origen del látigo, me dijeron que se lo habían quitado a un carrero que pasaba por nuestra calle (López de Gómara).


    Así que les eché otra bronca sobre el robo, y que tendrían que devolverla (por ello, me llamaban "Perico o Pedro el político" ).


    Días después, conseguí con gran esfuerzo, que me dieran el látigo y me dijeran el sitio en donde lo habían robado.


    El látigo era una obra de museo, y se componía de un palo corto (roble quizás) muy desgastado por el uso pero fuerte, de unos 60-70 cm de largo. Sobre el extremo, una prolongación de cuero trenzado, a partir del cual había una cuerda trenzada y, finalmente, otra en el extremo, más fina y terminada en filamentos como un pincel.


Látigo similar al descrito aquí por Pedro. Foto: blog "Armas y Armaduras en España".

    El lugar en que el carro había aparcado, era nuestra propia, calle núm. 6.


    Haciendo indagaciones, me informé de que el carrero en cuestión había ido a casa del sastre, que vivía en el bajo al fondo izquierda.


    Me dijo el sastre que se llamaba Francisco y que le hacía su traje de bodas, que vendría días después a cierta hora. 


    Pues bien, aquí no acaba la historia, ya que comenzaba para mí otra nueva. 


    Me encontré con un hombre joven (para mí, mayor). 


    —¿Es este su látigo Francisco?. 


    Le explique la historia... 


    Cogió el látigo y besó el extremo. Me dijo que junto al carro era un recuerdo de su abuelo. 


    —¿Como te llamas? —preguntó—. Le contesté que Perico, y me invitó a subir al carro.

 

    Desde ese día, hasta que comencé los estudios un año después, me convertí en carrero.


    Fue mi primera profesión. Y siempre que podía, también cuando los estudios me lo permitían. 


    Será mi próxima historia...


Fiat iustitia et pereat mundus


Notas:


[1] Existe aún como colegio concertado. Su nombre es El Protectorado de la Infancia y está regido por la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Allí estudiaba una buena parte de las niñas de Triana y alrededores. 

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