Buenos días familia:
Continuamos con las aventuras de Julio. Esta vez volviendo a su infancia.
Tendría yo cuatro o cinco añitos, cuando me subí a una acequia de riego que estaba aproximadamente a un metro de altura del suelo y era muy estrechita… Medio metro, y cuyos laterales eran de cemento.
Yo me pensé que era como una autopista, para mí solo. Así que todo contento y avanzando por la acequia, mirando el campo a derecha e izquierda. Y, de buenas a primeras, cuando miro al frente, veo venir en dirección contraria, por encima de la acequia, a un perrazo enorme. Era como un mastín enorme, con la lengua fuera y trotando. Y se venía hacia mí; venía cada vez más cerca.
Yo allí no podía ni moverme y digo:
—¡Dios mío, me come!
Aguanté a pie firme, siempre agarrado a los laterales de la acequia de cemento, y el perro se acercó a mí y me dio… Me dio un lametazo en toda la cara y se saltó al suelo, dejándome todo el camino libre [1].
Ese día dejé de tenerle miedo a los perros.
No había pasado más miedo… Pensando que me iba a comer, y sin embargo el animal me dio un lametazo y se quitó de en medio. ¡Bendito sea!
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