miércoles, 30 de agosto de 2023

Caballero español

 Querida familia:

    Aprovechando que Pedro se va de vacaciones unos días, sigo yo con historias de la mili, procurando resumir lo más interesante para no aburrir.

    El título de esta entrada es el primer verso del himno de la Caballería española:

    Caballero español,
    centauro legendario,
    jinete valeroso y temerario...

    Y es que a los estudiantes de Biología, Farmacia y Veterinaria que optábamos por la mili de alférez nos destinaban al arma de Caballería (por aquello de los caballos, supongo). A los que iban para sargento (con pruebas menos exigentes), los destinaban a la academia de Infantería.

    Así que, recién llegado de Cerro Muriano, tuve que hacer el petate de nuevo y coger un tren con destino a Valladolid, para realizar el período de formación específica de tres meses en la Academia del Arma de Caballería, pero no en la sede central, situada en la propia ciudad, sino en unas instalaciones complementarias situadas en unos pinares cercanos, el Acuartelamiento Teniente Galiana, situado a unos 10 km al sur de Valladolid, en la carretera a Puente Duero [1].

    Pasé en unos días del calor sofocante de Córdoba al frío de la meseta castellana, donde vi por primera vez la nieve. Verla, y dejarse mojar por la nieve, fue bonito, hacer instrucción en el pinar nevado no lo fue tanto.

    A poco de llegar me informaron que como había sido el nº 2 en la calificación final del Campamento de Cerro Muriano, me correspondía realizar el período de formación de la academia como "sargento galonista". Yo no sabía qué era aquello. Me lo explicaron: a efectos prácticos yo era el jefe directo de mis compañeros del 2º escuadrón [2].

    Pero en todas las actividades yo era uno más. Los galones de sargento me situaban en una posición bastante incómoda: tenía que dormir con mis compañeros en las mismas literas, estudiar en los mismos pupitres y formar en las mismas filas... Pero yo era responsable directo de su comportamiento cuando no había ningún oficial presente. Y tenía que mandar la formación y dar la novedad al teniente o al capitán.

    Aprendí que el sargento es el empleo más importante del ejército, pues él es quien conoce mejor a los soldados y el responsable directo de su instrucción y su conducta.

    ¿Cómo conseguir que te obedecieran cadetes iguales que tú sin estar a cada rato enviando a compañeros al oficial de día? Tuve que templar más gaitas que la banda municipal de Oviedo. Cualquier altercado podía significar mi expulsión de la Academia.

    Para resolver la papeleta, se me ocurrió una técnica propia de la policía secreta: tenía siempre una libretilla y un lápiz y, cuando ordenaba algo, al que se retrasaba lo apuntaba en la libretilla... O eso creía el infractor. Pero yo, callado, con calma y mirada torva.

El autor de cadete (cordón verde) en la Academia de Valladolid, el 21 de noviembre de 1978, con un carro de combate M-48A5E2 "Patton", los que lucharon en la Guerra de Vietnam y que fueron cedidos al Ejército español por los americanos. Aquí les pusimos motores diésel que eran más económicos.

    Teníamos muchas clases teóricas y prácticas: Topografía, Tiro, Táctica, Motores... ¡Uf! Motores... Impartía esta asignatura un capitán de voz monótona en un semisótano oscuro a la hora de la siesta, justo después de llegar reventados de la primera sesión de instrucción de la tarde. Una buena parte de nosotros era incapaz de mantenerse despierto con el rum rum del motor y las palabras cadenciosas del capitán. Menos mal que era un hombre comprensible y fingía no darse cuenta de las cabezadas que dábamos constantemente... Además de alguna que otra ronquetada que se nos escapaba. 

    Lo más aguerrido eran las maniobras tácticas en el pinar. Varios todoterrenos Willys en fila y a la señal del teniente nos íbamos arrojando al camino y tomábamos posiciones frente a un enemigo imaginario... Menos mal que aquello era un arenal y si te dabas un golpe, que era lo normal, no pasaba nada... A menos que perdieras el fusil (¡puro!).

Ejercicio de Caballería en El Pinar de Valladolid. Un soldado se arroja en marcha desde un jeep Willy de Viasa, para tomar posición defensiva cuerpo a tierra. Foto tomada en 1965: blog de la Asociación de Amigos de la Academia de Caballería (Valladolid, España).

    Pero lo peor venía después, cuando regresaban los vehículos (se supone que nosotros ya habíamos despachado al enemigo) y teníamos que subirnos a la carrera. Los conductores intentaban aminorar la marcha, pero los tenientes les golpeaban en el casco para que aceleraran. Si agarrabas la barandilla para subirte y te pillaba un acelerón, el dolor en el hombre era muy fuerte. Eso si no te caías de boca interrumpiendo la maniobra (mala calificación al canto).

    Yo aún tengo secuelas de esos ejercicios: calcificación bilateral del músculo supraespinoso del hombro. No puedo subir en peso nada por encima de la cabeza.

    Pero había que aguantar. Si ibas a la enfermería estabas marcado y podían expulsarte por flojo o blandengue.

    Y llegó diciembre con sus nevadas, sus maniobras y sus prácticas de tiro, con los dedos congelados y sabañones en las orejas. ¡Oh, dónde estaba aquel calorcito de Córdoba! Aprendí a disparar bien con el cetme, con el subfusil, con la pistola Astra (un desastre de puntería), lanzagranadas (sin cascos protectores te quedabas sordo un rato), con morteros de diferentes calibres y hasta con el cañón antitanque.

    ¿Y que hay de los caballos? Pensaréis vosotros a estas alturas de un relato de Caballería. Pues el único que vimos fue el brioso corcel, negro y entero, que montaba el comandante de la batería de morteros, que iba de un extremo a otro de la línea de fuego dando órdenes. Había una niebla londinense y no se veía dónde caían los pepinazos, pero se notaba temblar el suelo inquietantemente cerca. Disparábamos a ciegas, corrigiendo la inclinación del mortero según nos ordenaba el comandante hasta que, supuestamente, lográbamos los objetivos marcados. Con cada disparo del mortero de 80 mm te temblaban los cataplines... ¡Eso si no los tenías de corbata! Pues a veces algún tontaina apuntaba mal con los nervios... 

    No quiero imaginarme cómo sería eso si, además, te están disparando a ti en una guerra. 

    Y llegó el día de la entrega de despachos como alféreces de complemento. Y a mí, además, me entregaron un sable por ser el primero de la promoción. Mi trabajo me costó. Aún lo conservo.

Terrae potestas finitur ubi finitur armorum vis

Notas:

[1] Actualmente es la sede del Grupo de Caballería Acorazado Calatrava II del Regimiento Acorazado Castilla n.º 16.

[2] Las unidades básicas de Caballería se denominan escuadrones; equivalen a las compañías de Infantería o las baterías de Artillería. 

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